Mar del plata

lobo marino

 

Caminamos por Playa Grande
cerca del casino.
La arena que trae el viento
me raspa las piernas.
Esquivamos sombrillas,
vendedores de pulseras, remeras,
churros y helados.
Golpean las olas en la costa,
deshacen castillos de arena,
canchas de tejo.
Junto a una caña hay dos corvinas
las boca suplicando aire,
los ojos abiertos, enfocados al cielo.
El mar está lleno de alimento,
el mar es inmenso.
Te señalo el océano,
es grande muy grande, te digo.
Parece eterno en el punto
en que se confunde con el horizonte.
Pero hablás de tu marido -que nunca llama-,
de tu primer amor en Luro e Independencia.
Pasamos frente a los lobos marinos,
quietos de espaldas al mar.
Madre, tu mirada se ilumina de azul.
Son los lobos de cemento,
donde los turistas se sacan fotos.
Madre, tus manos tiemblan.
Juro, los lobos nunca se movieron.
Madre ¿los ves diferentes?
No, son los de siempre, decís.
Son nuestros ojos
los que cambiaron.

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